viernes, 23 de diciembre de 2022

Nativitas Domini nostri Iesu Christi


Magníficat, Cántico de María  (Lucas 1, 46-55)

Y dijo María:

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
–como lo había prometido a nuestros padres–
en favor de Abraham
y su descendencia por siempre.

*
 Isaías 7:14 “Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel.” Isaías 9:5 “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz.” Miqueas 5:1 “Pero tú, Belén Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de salir el que será Señor en Israel; y cuyos orígenes son desde el principio, desde los días de la eternidad.”

*

Del Santo Evangelio 
según San Lucas 2,1-20:

Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo. Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad.

También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que mientras ellos estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.

Había en la misma comarca unos pastores que dormían al raso velando por turno su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de gran temor. Y el ángel les dijo:

No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

Y de pronto se juntó con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababa a Dios, diciendo:

¡Gloria a Dios en las alturas!
y en la tierra paz
a los hombres en quienes Él se complace

A continuación, un fragmento bellísimo de las visiones que Ana Catalina de Emmerick (1774-1824; una de las grandes místicas católicas de los últimos siglos, beatificada por el papa Juan Pablo II el 3 de octubre de 2004) tuvo acerca de Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. El conjunto de sus visiones, del cual forma parte este fragmento, fue relatado por ella misma en sus últimos años de vida al escritor Clemente Brentano. Por supuesto, estas visiones no son verdad revelada, como sí lo son los Evangelios, sin embargo nos complace subirlo a esta bitácora por su belleza deslumbrante. Helo aquí:

"He visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más deslumbrante, de modo que la luz de las lámparas encendidas por José no eran ya visibles. María, con su amplio vestido desceñido, estaba arrodillada con la cara vuelta hacia Oriente. Llegada la medianoche la vi arrebatada en éxtasis, suspendida en el pecho. El resplandor en torno a ella crecía por momentos. Toda la naturaleza parecía sentir una emoción de júbilo, hasta los seres inanimados. La roca de que estaban formados el suelo y el atrio parecía palpitar bajo la luz intensa que los envolvía.

Luego ya no vi más la bóveda. Una estela luminosa, que aumentaba sin cesar en claridad, iba desde María hasta lo más alto de los cielos. Allá arriba había un movimiento maravilloso de glorias celestiales, que se acercaban a la Tierra, y aparecieron con claridad seis coros de ángeles celestiales. La Virgen Santísima, levantada de la tierra en medio del éxtasis, oraba y bajaba las miradas sobre su Dios, de quien se había convertido en Madre. El Verbo eterno, débil Niño, estaba acostado en el suelo delante de María.

Vi a Nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo luminoso, cuyo brillo eclipsaba el resplandor circundante, acostado sobre una alfombrita ante las rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que iba creciendo ante mis ojos; pero todo esto era la irradiación de una luz tan potente y deslumbradora que no puedo explicar cómo pude mirarla. La Virgen permaneció algún tiempo en éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño, sin tocarlo y sin tomarlo aún en sus brazos. Poco tiempo después vi al Niño que se movía y le oí llorar. En ese momento fue cuando María pareció volver en sí misma y, tomando al Niño, lo envolvió en el paño con que lo había cubierto y lo tuvo en sus brazos, estrechándole contra su pecho. Se sentó, ocultándose toda ella con el Niño bajo su amplio velo, y creo que le dio el pecho. Vi entonces que los ángeles, en forma humana, se hincaban delante del Niño recién nacido para adorarlo.

He visto en muchos lugares, hasta en los más lejanos, una insólita alegría, un extraordinario movimiento en esta noche. He visto los corazones de muchos hombres de buena voluntad reanimados por un ansia, plena de alegría, y en cambio, los corazones de los perversos llenos de temores.
A legua y media más o menos de la gruta de Belén, en el valle de los pastores, había una colina. En las faldas de la colina estaban las chozas de tres pastores. Al nacimiento de Jesucristo vi a estos tres pastores muy impresionados ante el aspecto de aquella noche tan maravillosa; por eso se quedaron alrededor de sus cabañas mirando a todos lados.

Entonces vieron maravillados la luz extraordinaria sobre la gruta del pesebre. Mientras los tres pastores estaban mirando hacia aquel lado del cielo, he visto descender sobre ellos una nube luminosa, dentro de la cual noté un movimiento a medida que se acercaba. Primero vi que se dibujaban formas vagas, luego rostros, y finalmente oí cantos muy armoniosos, muy alegres, cada vez más claros. Como al principio se asustaron los pastores, apareció un ángel entre ellos, que les dijo: ‘No temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría para todo el pueblo de Israel. Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo, el Señor. Por señal os doy ésta: encontraréis al Niño envuelto en pañales, echado en un pesebre’. Mientras el ángel decía estas palabras, el resplandor se hacía cada vez más intenso a su alrededor. Vi a cinco o siete grandes figuras de ángeles muy bellos y luminosos. Oí que alababan a Dios cantando: ‘Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad’.

 


Mari y Jordi

domingo, 27 de noviembre de 2022

Tiempo de Adviento.


El Adviento es Ella, es la Virgen bella,
serena, ante el cuenco de pajas que ya se quiebran.
Ya se escucha el «Gloria» en las lejanías.
El Adviento es Ella: ¡¡Santa María!!

(Padre Jesús del Castillo)


Adeste fideles laeti triumphantes
Venite, venite in Bethlehem
Natum videte, Regem angelorum
Venite adoremus, venite adoremus
Venite adoremus Dominum.

Cantet nunc io Chorus angelorum,
Cantet nunc aula caelestium
Gloria, gloria in excelsis Deo
Venite adoremus, venite adoremus
Venite adoremus Dominum.

Aeterni Parentis splendorem aeternum,
Velatum sub carne videbimus:
Deum Infantem, pannis involutum
Venite adoremus, venite adoremus
Venite adoremus Dominum.

Ergo qui natus die hodierna
Jesu, tibi sit gloria
Patris aeterni Verbum caro factum
Venite adoremus, venite adoremus
Venite adoremus Dominum.
 
Deum de Deo, Lumen de Lumine,
Gestant puellae viscera,
Deum verum, Genitum non factum.
Venite adoremus, venite adoremus
Venite adoremus Dominum.

En grege relicto, humiles ad cunas,
Vocati pastores adproperant:
Et nos ovanti gradu festinemus.
Venite adoremus, venite adoremus
Venite adoremus Dominum.

Stella duce magi, Christum adorantes,
Aurum, tus, et myrrham dant munera.
Iesu infanti Corda praebeamus;
Venite adoremus, venite adoremus
Venite adoremus Dominum.

Pro nobis egenum, et foeno cubantem,
Piis foveamus amplexibus:
Sic nos amantem quis non redamaret?
Venite adoremus, venite adoremus
Venite adoremus Dominum.


Jordi y Mari

domingo, 22 de mayo de 2022

El verdadero rey habita en el Oratorio. Tolkien en Birmingham

He aquí un bonito artículo que versa sobre las andanzas de J.R.R. Tolkien en Birmingham. Narra la importancia que tuvo para él el Oratorio de esa ciudad inglesa y, por supuesto, el lugar central que ocupó en la vida de nuestro autor el Santísimo Sacramento. Si lo desean pueden encontrar el texto original clicando aquí.

*

Birmingham esconde todo un recorrido que hará las delicias de los lectores de J.R.R. Tolkien y les dará algunas claves sobre la profunda fe católica del autor de El Señor de los Anillos. Lo cuenta K.V. Turley en National Catholic Register.

Aunque Tolkien nació en Suráfrica, la familia era de Birmingham. Y fue en Birmingham donde Ronald, de 4 años, su hermano pequeño, Hilary, y su madre, Mabel, se retiraron en 1896 cuando murió el padre de Tolkien. Tolkien llegaría a la edad adulta en la segunda ciudad de Inglaterra. Con el tiempo, abandonó Birmingham para ir a las trincheras de la Gran Guerra y, más tarde, a Oxford, pero fue Birmingham, como pudo serlo otro lugar, el que le moldeó. Esto es algo que se comenta a menudo. Lo que es menos conocido es el papel que desempeñó el Oratorio de Birmingham, fundado por el beato John Henry Newman en 1849, en los primeros años de la vida de Tolkien. 

Para horror de su familia, Mabel Tolkien fue recibida en la Iglesia Católica en 1900, junto con sus hijos -Tolkien tenía 8 años-. Más tarde se trasladó con los chicos para estar cerca del Oratorio de Birmingham, en Hagley Road, Edgbaston. El traslado fue motivado por la atracción de Mabel por la espiritualidad que había descubierto en el Oratorio. También se debió en parte a la oferta de una plaza para Ronald en la escuela anexa a la iglesia. En 1903, Ronald obtuvo una beca para la más prestigiosa King Edward's School, situada en otro barrio de Birmingham, y allí ocupó su plaza. No obstante, la familia Tolkien siguió viviendo cerca del Oratorio y asistiendo allí a misa y a otros ejercicios espirituales.

Entonces llegó la tragedia. Mabel enfermó gravemente en 1904 de una enfermedad entonces intratable, la diabetes aguda. Mientras agonizaba, su principal temor no era su inminente muerte, ni siquiera que sus hijos quedaran huérfanos. Lo que le preocupaba era la posibilidad de que sus hijos fueran obligados a renunciar a su fe católica por su propia familia o por la de su difunto marido. Por ello, dejó instrucciones para que sus hijos fueran tutelados por el Oratorio de Birmingham, y el padre Francis Xavier Morgan fue nombrado tutor legal de los dos niños. 

Estos dos vídeos, coproducidos por la Birmingham City University, muestran algunos de los lugares mencionados en este artículo como esenciales en la vida de Tolkien:



Tras la muerte de Mabel, los chicos se alojaron en casa de una tía, Beatrice Suffield, situada detrás del Oratorio, en Stirling Road. El padre Francis pagó allí el alojamiento y la comida de los chicos. Resultó que la señora Suffield había enviudado recientemente y todavía estaba de duelo por su marido. Sin duda, esto contribuyó a lo que más tarde se recordaría como el ambiente sombrío en el que estaban sumidos los chicos. La aversión de su tía por el catolicismo no hizo más que aumentar el aire de sombrío abatimiento. Durante esta época, el Oratorio sufrió un importante cambio arquitectónico. Un edificio eclesiástico mucho más grande sustituyó a la estructura improvisada que fue el hogar de Newman. Las obras se iniciaron en septiembre de 1903 y, para el Domingo in albis de 1906, una nueva iglesia de tamaño basílica se alzaba junto a la Casa del Oratorio.

Oratorio de Birmingham

Durante estos años, el padre Francis se tomó muy en serio sus obligaciones como tutor de los chicos Tolkien. Cada verano, los llevaba de vacaciones a la costa de Dorset. Fue durante una de estas vacaciones cuando el sacerdote se enteró de lo mal que vivían Ronald e Hilary en Stirling Road. A finales del verano de 1908, los hermanos habían cambiado de alojamiento, trasladándose a otra dirección cercana en Duchess Road, con la señora Faulkner. Esta mudanza iba a resultar significativa y a tener un efecto imprevisto y duradero en la vida de J.R.R. Tolkien. En esa dirección vivía otra inquilina. Una joven llamada Edith Mary Bratt. La madre de Edith, Frances, procedía de una conocida familia de fabricantes de calzado de Wolverhampton y se había trasladado a Birmingham por la vergüenza de tener una hija ilegítima. Lamentablemente, Frances murió cuando su hija aún era adolescente. A partir de entonces, la familia ampliada de Edith decidió que la adolescente tenía que seguir alojándose con la señora Faulkner.

Ronald, de 16 años, y su compañera de piso, Edith, tres años mayor que él, se hicieron amigos. Salían a dar largos paseos por el campo. Las noticias de estos paseos acabaron llegando al padre Francis en el Oratorio. No hace falta decir que el sacerdote estaba preocupado por una relación a una edad tan temprana. Se sintió obligado a actuar. Salvo por alguna comunicación ocasional, prohibió a Ronald ver a Edith. El chico obedeció. En cualquier caso, en 1910 Edith se había trasladado a otra parte del país. El floreciente romance parecía haber terminado.

La amistad de Ronald con Edith en casa de la señora Faulkner había hecho que el padre Francis comenzara a buscar un alojamiento alternativo para los hermanos. Encontró un hogar adecuado con los feligreses que vivían frente al Oratorio en Highfield Road. Durante este tiempo, Ronald intentó conseguir una plaza en la Universidad de Oxford. Lo consiguió en diciembre de 1910 en su segundo intento. En Oxford, al menos al principio, fue el padre Francis quien siguió pagando los gastos de manutención de Ronald.

La primera casa donde vivió Tolkien, en Wake Green Road, 264, Birmingham

En 1916, muchas cosas habían cambiado en la vida del joven licenciado. No solo había vivido las trincheras, sino que tres años antes, en 1913, Edith y Ronald habían vuelto a verse. Un año después, Edith se hizo católica. En marzo de 1916, la pareja se casó con el padre Francis más contento que nadie. En junio, Tolkien había recibido órdenes de que su batallón se trasladara al Frente Occidental. Antes de partir hacia Francia, la pareja recién casada visitó el Oratorio, pasando su última noche juntos en un hotel, The Plough & Harrow Hotel, que todavía se encuentra junto al Oratorio. El primer hijo de los Tolkien nació en noviembre de 1917. Le pusieron el nombre de John Francis en honor al tutor que había cuidado de los niños. En los años siguientes, la joven familia visitaba a menudo al padre Francis y a veces pasaba las vacaciones con él. El padre Francis Xavier Morgan murió el 11 de junio de 1935. En su testamento dejó mil libras esterlinas a Ronald y Hilary.

El Oratorio de Birmingham conserva varios objetos de Tolkien. Entre ellos hay un gran baúl, traído a Inglaterra por Mabel en su último viaje desde Sudáfrica justo antes de conocer la noticia de la muerte de su marido. Hoy en día, es posible pasear por las distintas direcciones de Tolkien cercanas al Oratorio. Todas ellas están a escasos minutos de distancia. Al hacerlo, queda claro que el Oratorio es el centro de todos esos lugares. Esto podría decirse de la fe católica de Tolkien: era el centro de toda su vida. Todo lo demás iba y venía, pero hasta el final se mantuvo fiel a la fe por la que él y su madre habían sufrido tanto.

Hay otra reivindicación, aunque discutida, de la influencia imaginativa de estas calles. Mientras vivían en Stirling Road entre junio de 1905 y junio de 1908, los jóvenes no pudieron dejar de notar al final de la calle "las dos torres". En la calle contigua a Stirling Road, en lo que se conoce como Waterworks Road, hay dos curiosas estructuras que se elevan desde el suelo hasta el cielo. Habrían sido más llamativas entonces que ahora, sobre todo teniendo en cuenta que en el Birmingham eduardiano habría habido pocos puntos de referencia de tal altura.

Ruta por los lugares de Tolkien en Birmingham.

Una de estas estructuras es una locura del siglo XVIII. Construida por un excéntrico lugareño, llamado Perrott, para su propia diversión, su estilo es de una procedencia arquitectónica desconocida. Parece como si se hubiera construido para un reino de fantasía, y con un mago como residente. La otra estructura es igualmente curiosa. Se trata de un edificio neogótico de ladrillo rojo y azul oscuro, construido de forma más prosaica como parte de las obras hidráulicas locales. Ambas estructuras se conocen localmente como "las Torres Gemelas". En todas las direcciones en las que vivió J.R.R. Tolkien nunca estuvo lejos de estas "Torres Gemelas". Habrían sido visibles durante toda su estancia en Birmingham. Sin embargo, es igualmente cierto, y quizás de mayor importancia, que nunca estuvo lejos del Oratorio de Birmingham. Este fue el punto fijo en sus inestables primeros años. Sin embargo, para cualquier católico, una iglesia es siempre más que un simple edificio, ya que en su interior se encuentra el Santísimo Sacramento. Durante sus años de formación, cuando todo lo demás cambiaba alrededor del joven Tolkien, una cosa permaneció constante: la lámpara encendida junto al sagrario del Oratorio.

Muchos años después, cerca del final de su vida, Tolkien escribiría lo siguiente: "De las tinieblas de mi vida... pongo ante vosotros la única gran cosa que hay que amar en la tierra: el Santísimo Sacramento... Allí encontrarás el romance, la gloria, el honor, la fidelidad y el verdadero camino de todos tus amores en la tierra..."


Así que, en contra de lo que te puedan decir, la Ruta Tolkien de Birmingham existe. Y ese sendero lleva a un destino inesperado. Porque a la sombra de las "Torres Gemelas", y atendido por una hermandad sacerdotal, el verdadero rey habita en el Oratorio, y permanece así hasta su Regreso en la Gloria

domingo, 17 de abril de 2022

Surrexit Dominus vere, Alleluia, Alleluia!!!


¡¡¡Feliz Pascua de Resurrección!!!

¡¡¡Aleluya, Aleluya!!!


Regina caeli, laetare, alleluia.
Quia quem meruisti portare, alleluia.
Resurrexit, sicut dixit, alleluia.
Ora pro nobis Deum, alleluia.
Gaude et laetare Virgo María, alleluia.
Quia surrexit Dominus vere, alleluia.

*

Mari y Jordi 

sábado, 16 de abril de 2022

Sábado Santo.

Miguel Ángel -'La Piedad' (1498-1499)
Basílica de San Pedro, Ciudad del Vaticano -Roma.

viernes, 15 de abril de 2022

Viernes Santo

Autor: Anatoly Shumkin
Autor: Anatoly Shumkin


jueves, 14 de abril de 2022

In Coena Domini.

La Última Cena -Juan de Juanes, 1555-1562


domingo, 10 de abril de 2022

Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor


Giotto di Bondone

CELEBRACIÓN DEL DOMINGO DE RAMOS
Y DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

(Plaza de San Pedro
XXVII Jornada Mundial de la Juventud
Domingo 1 de abril de 2012)

*

El Domingo de Ramos es el gran pórtico que nos lleva a la Semana Santa, la semana en la que el Señor Jesús se dirige hacia la culminación de su vida terrena. Él va a Jerusalén para cumplir las Escrituras y para ser colgado en la cruz, el trono desde el cual reinará por los siglos, atrayendo a sí a la humanidad de todos los tiempos y ofrecer a todos el don de la redención. Sabemos por los evangelios que Jesús se había encaminado hacia Jerusalén con los doce, y que poco a poco se había ido sumando a ellos una multitud creciente de peregrinos. San Marcos nos dice que ya al salir de Jericó había una «gran muchedumbre» que seguía a Jesús (cf. 10,46).

En la última parte del trayecto se produce un acontecimiento particular, que aumenta la expectativa sobre lo que está por suceder y hace que la atención se centre todavía más en Jesús. A lo largo del camino, al salir de Jericó, está sentado un mendigo ciego, llamado Bartimeo. Apenas oye decir que Jesús de Nazaret está llegando, comienza a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí» (Mc 10,47). Tratan de acallarlo, pero en vano, hasta que Jesús lo manda llamar y le invita a acercarse. «¿Qué quieres que te haga?», le pregunta. Y él contesta: «Rabbuní, que vea» (v. 51). Jesús le dice: «Anda, tu fe te ha salvado». Bartimeo recobró la vista y se puso a seguir a Jesús en el camino (cf. v. 52). Y he aquí que, tras este signo prodigioso, acompañado por aquella invocación: «Hijo de David», un estremecimiento de esperanza atraviesa la multitud, suscitando en muchos una pregunta: ¿Este Jesús que marchaba delante de ellos a Jerusalén, no sería quizás el Mesías, el nuevo David? Y, con su ya inminente entrada en la ciudad santa, ¿no habría llegado tal vez el momento en el que Dios restauraría finalmente el reino de David?

Grabado de Hans Collaert
También la preparación del ingreso de Jesús con sus discípulos contribuye a aumentar esta esperanza. Como hemos escuchado en el Evangelio de hoy (cf. Mc 11,1-10), Jesús llegó a Jerusalén desde Betfagé y el monte de los Olivos, es decir, la vía por la que había de venir el Mesías. Desde allí, envía por delante a dos discípulos, mandándoles que le trajeran un pollino de asna que encontrarían a lo largo del camino. Encuentran efectivamente el pollino, lo desatan y lo llevan a Jesús. A este punto, el ánimo de los discípulos y los otros peregrinos se deja ganar por el entusiasmo: toman sus mantos y los echan encima del pollino; otros alfombran con ellos el camino de Jesús a medida que avanza a grupas del asno. Después cortan ramas de los árboles y comienzan a gritar las palabras del Salmo 118, las antiguas palabras de bendición de los peregrinos que, en este contexto, se convierten en una proclamación mesiánica: «¡Hosanna!, bendito el que viene en el nombre del Señor. ¡Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (vv. 9-10). Esta alegría festiva, transmitida por los cuatro evangelistas, es un grito de bendición, un himno de júbilo: expresa la convicción unánime de que, en Jesús, Dios ha visitado su pueblo y ha llegado por fin el Mesías deseado. Y todo el mundo está allí, con creciente expectación por lo que Cristo hará una vez que entre en su ciudad.

Pero, ¿cuál es el contenido, la resonancia más profunda de este grito de júbilo?
La respuesta está en toda la Escritura, que nos recuerda cómo el Mesías lleva a cumplimiento la promesa de la bendición de Dios, la promesa originaria que Dios había hecho a Abraham, el padre de todos los creyentes: «Haré de ti una gran nación, te bendeciré… y en ti serán benditas todas las familias de la tierra» (Gn 12,2-3). Es la promesa que Israel siempre había tenido presente en la oración, especialmente en la oración de los Salmos. Por eso, el que es aclamado por la muchedumbre como bendito es al mismo tiempo aquel en el cual será bendecida toda la humanidad. Así, a la luz de Cristo, la humanidad se reconoce profundamente unida y cubierta por el manto de la bendición divina, una bendición que todo lo penetra, todo lo sostiene, lo redime, lo santifica.

Podemos descubrir aquí un primer gran mensaje que nos trae la festividad de hoy: la invitación a mirar de manera justa a la humanidad entera, a cuantos conforman el mundo, a sus diversas culturas y civilizaciones. La mirada que el creyente recibe de Cristo es una mirada de bendición: una mirada sabia y amorosa, capaz de acoger la belleza del mundo y de compartir su fragilidad. En esta mirada se transparenta la mirada misma de Dios sobre los hombres que él ama y sobre la creación, obra de sus manos. En el Libro de la Sabiduría, leemos: «Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste;… Tú eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amigo de la vida» (Sb 11,23-24.26).

Grabado al acero de 1857
Volvamos al texto del Evangelio de hoy y preguntémonos: ¿Qué late realmente en el corazón de los que aclaman a Cristo como Rey de Israel? Ciertamente tenían su idea del Mesías, una idea de cómo debía actuar el Rey prometido por los profetas y esperado por tanto tiempo. No es de extrañar que, pocos días después, la muchedumbre de Jerusalén, en vez de aclamar a Jesús, gritaran a Pilato: «¡Crucifícalo!». Y que los mismos discípulos, como también otros que le habían visto y oído, permanecieran mudos y desconcertados. Este es precisamente el núcleo de la fiesta de hoy también para nosotros. ¿Quién es para nosotros Jesús de Nazaret? ¿Qué idea tenemos del Mesías, qué idea tenemos de Dios? Esta es una cuestión crucial que no podemos eludir, sobre todo en esta semana en la que estamos llamados a seguir a nuestro Rey, que elige como trono la cruz; estamos llamados a seguir a un Mesías que no nos asegura una felicidad terrena fácil, sino la felicidad del cielo, la eterna bienaventuranza de Dios. Ahora, hemos de preguntarnos: ¿Cuáles son nuestras verdaderas expectativas? ¿Cuáles son los deseos más profundos que nos han traído hoy aquí para celebrar el Domingo de Ramos e iniciar la Semana Santa?

Queridos jóvenes que os habéis reunido aquí. Esta es de modo particular vuestra Jornada en todo lugar del mundo donde la Iglesia está presente. Por eso os saludo con gran afecto. Que el Domingo de Ramos sea para vosotros el día de la decisión, la decisión de acoger al Señor y de seguirlo hasta el final, la decisión de hacer de su Pascua de muerte y resurrección el sentido mismo de vuestra vida de cristianos. Como he querido recordar en el Mensaje a los jóvenes para esta Jornada – «alegraos siempre en el Señor» (Flp 4,4) –, esta es la decisión que conduce a la verdadera alegría, como sucedió con santa Clara de Asís que, hace ochocientos años, fascinada por el ejemplo de san Francisco y de sus primeros compañeros, dejó la casa paterna precisamente el Domingo de Ramos para consagrarse totalmente al Señor: tenía 18 años, y tuvo el valor de la fe y del amor de optar por Cristo, encontrando en él la alegría y la paz.

Queridos hermanos y hermanas, que reinen particularmente en este día dos sentimientos: la alabanza, como hicieron aquellos que acogieron a Jesús en Jerusalén con su «hosanna»; y el agradecimiento, porque en esta Semana Santa el Señor Jesús renovará el don más grande que se puede imaginar, nos entregará su vida, su cuerpo y su sangre, su amor. Pero a un don tan grande debemos corresponder de modo adecuado, o sea, con el don de nosotros mismos, de nuestro tiempo, de nuestra oración, de nuestro estar en comunión profunda de amor con Cristo que sufre, muere y resucita por nosotros. Los antiguos Padres de la Iglesia han visto un símbolo de todo esto en el gesto de la gente que seguía a Jesús en su ingreso a Jerusalén, el gesto de tender los mantos delante del Señor. Ante Cristo – decían los Padres –, debemos deponer nuestra vida, nuestra persona, en actitud de gratitud y adoración. En conclusión, escuchemos de nuevo la voz de uno de estos antiguos Padres, la de san Andrés, obispo de Creta: «Así es como nosotros deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo, no poniendo bajo sus pies nuestras túnicas o unas ramas inertes, que muy pronto perderían su verdor, su fruto y su aspecto agradable, sino revistiéndonos de su gracia, es decir, de él mismo... Así debemos ponernos a sus pies como si fuéramos unas túnicas... Ofrezcamos ahora al vencedor de la muerte no ya ramas de palma, sino trofeos de victoria. Repitamos cada día aquella sagrada exclamación que los niños cantaban, mientras agitamos los ramos espirituales del alma: “Bendito el que viene, como rey, en nombre del Señor”» (PG 97, 994). Amén.

© Copyright 2012 - Libreria Editrice Vaticana 



Mari y Jordi

miércoles, 5 de enero de 2022

Θεοφάνεια

Isaías 60,1-6 “¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti. Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora.

Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos.

Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos. Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor.”

*

Del Santo Evangelio según San Mateo 2,1-12:

Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle.” En oyéndolo, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén.

Convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo informando del lugar donde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: “En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta:” “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel.”

Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella. Después, enviándolos a Belén, les dijo: “Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle.”

Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra. Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino.



Vamos humildemente, humildes son los cielos,
y brilla intensamente la estrella, baja, enorme,
y descansa el pesebre tan cerca de nosotros
que habremos de viajar lejos para encontrarlo.
¡Escuchad! Se despierta como un león la risa,
resuena su rugido en la llanura
y el cielo entero grita y se estremece
porque Dios en persona ha nacido de nuevo,
y nosotros tan sólo somos niños pequeños
que bajo lluvia y nieve prosiguen su camino.

(G.K. Chesterton)
Mari y Jordi