domingo, 20 de mayo de 2018

Iglesia y nuevo orden mundial. Notas orientativas (Por Don David Glez Alonso Gracián)

A continuación, un certero análisis sobre la deriva totalitaria que se cierne sobre todo el orbe. Sobre todos, sí, pero muy especialmente sobre la catolicidad del mensaje salvífico de Jesucristo. Sobre la Verdad. El texto se encuentra en el portal InfoCatólica y su autoría corresponde, en su integridad, a David Glez Alonso Gracián.

Efectivamente, en palabras del autor: «Los valores del nuevo orden apisonan, nivelan, horizontalizan, obligando (por ley) a mirar todas las cosas a ras del suelo; dinamitan la verticalidad para fundar solares yermos, sobre los cuales edificar la ciudad terrena planetaria. Pero la Iglesia no está indefensa ante el horizontalismo mundial, salvo que acepte sus principios y se terrenalice». Cierto, solares yermos, negación de la verticalidad trascendente del Hombre, reducción del mensaje salvífico de Nuestro Señor Jesucristo a una suerte de modo de hacer (y pensar) que no ofenda ni contravenga de manera abierta la Weltanschauung globalista y el puño de hierro de su pensamiento único, marca de fábrica (o de la bestia) del Nuevo Orden Mundial. Disolución de la Verdad en una serie de reflejos relativos (o juego de Nadas y vacíos, de sombras) que nos recuerdan demasiado al marxismo cultural lanzado en los años treinta del siglo pasado por la Escuela de Frankfurt. Modernismo, en suma, contra el que advirtió, antes, el Papa Pio X en su Carta Encíclica Pascendi. Citando de nuevo a Don Alonso Gracián: «Todavía, sin embargo, hay quienes creen que 1789 se puede leer en católico. Pero si la Iglesia adopta por ósmosis los principios neotéricos,  pierde su identidad y desactiva su mediación salvífica» ¿Frente a ello? Evangelio, Magisterio, Tradición. VerdadNuestro Señor Jesucristo.

Les dejo, pues, con el texto íntegro del Sr. David Glez Alonso Gracián.


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Iglesia y nuevo orden mundial. Notas orientativas


1.- La difusión planetaria de un nuevo orden antimetafísico es un obstáculo para la Iglesia en el mismo sentido en que lo es la revolución.

Más aún, por ser el proceso de globalización un proceso revolucionario sin fecha, es un obstáculo crítico, que exige lo mejor y más sólido del pensamiento católico para poder ser salvado.
Todavía, sin embargo, hay quienes creen que 1789 se puede leer en católico. Pero si la Iglesia adopta por ósmosis los principios neotéricos,  pierde su identidad y desactiva su mediación salvífica.  El mayor reto es mantener incólume su doctrina y enderezada su praxis, siempre ordenada al fin último y a hacer posible la vida virtuosa personal y social. 

2.- En cuanto nuevo orden, va precedido de graves conflictos y enormes sufrimientos. Pienso, por ejemplo, en la II Guerra Mundial, que le sirve de preparación.

Como todo aplanamiento axiológico general, tan propio de apisonadoras totalitaristas, el proceso globalizador produce una uniformación positivista de las conciencias. (A las que se reserva, en cambio, para salvar las apariencias, un núcleo privado de subjetivismo, el suficiente para hacer posible su  pluralidad, necesariamente relativista.)

3.- Los valores del nuevo orden apisonan, nivelan, horizontalizan, obligando (por ley) a mirar todas las cosas a ras del suelo; dinamitan la verticalidad para fundar solares yermos, sobre los cuales edificar la ciudad terrena planetaria. Pero la Iglesia no está indefensa ante el horizontalismo mundial, salvo que acepte sus principios y se terrenalice.

4.- Comenta Ernst Jünger en sus Diarios Pasados los setenta V, que «desde el punto de vista histórico, al estado mundial le precede un Accio», tras el cual comienza el largo período del Imperio; esto es, una gran batalla que entierra el viejo orden, e inaugura la nueva era de la globalidad; una disolución cainita, que clausura lo antiguo y da comienzo a lo nuevo.

Tal vez, sin embargo, continúa Jünger, «Accio se quede en nada», es decir, un conflicto global no sea necesario para pasar al Estado mundial. El desencadenante podría ser, también, un proceso sin límites precisos, que correspondería al papel unificador de la técnica, y más concretamente de la democracia tecnológica. Gracias a ésta, pienso yo, se pretendería reconfigurar la mundialidad sin ruptura de fronteras. Se fundaría una superadministración positivista, una macroestatalidad moderna, cuya potente burocracia disolvería, poco a poco, las soberanías nacionales y haría posible la transmutación del derecho.
Concluye. «Esto podría significar que el tránsito a un Estado mundial ha tenido lugar ya, sin que se haya percibido»
El Estado Mundial no ha necesitado una batalla de Accio. Le ha bastado revolucionar tecnológicamente el mundo, y no como hecho consumado, sino como imperativo categórico.

5.- El Estado mundial, sin embargo, es un hecho no acaecido como hecho, sino como proceso; no como espacio formal, sino como tiempo. No como estado concreto propiamente dicho, sino como estado mundial transversal.

6.- La ética mundial, llamada por el nuevo orden a sustituir al ethos católico, se difunde por los estados y sociedades usurpando el papel que corresponde a la ley moral. Contrafigura de la Iglesia, el Estado mundial propaga sus valores de contracatolicidad:

en lugar de universalidad, globalidad; en lugar de mandamientos, normas generales (siempre entendidas en sentido convencional); en lugar de unidad católica, pluralismo axiológico y agnosticismo institucional.

7.- 1789 es una fecha imposible de leer en cristiano, salvo globalizándola; entonces cobra apariciencia de ethos general, y puede hacerse pasar por ética católica. ¡Despierta pronto, Iglesia, sobre esto!

8.- Para comprender la globalización es fundamental distinguir, como hace Rafael Gambra, entre comunidad y coexistencia. Frente a la comunidad en la verdad, se difunde, a nivel planetario, la coexistencia de opiniones.  Frente a la unidad social, el pluralismo distópico. 

9.- La globalización toma la forma, también, de una pulverización legal, democrática, de la ley eterna, sin fecha, indefinida, siempre en proceso.

10.- Puede entenderse, sobre todo, como uniformidad ambigua y anómica, trabajo de titanes,  Ánomos y Anfíbolos.

Un gobierno mundial que no es concretamente un gobierno, pero que gobierna; y una anomia planetaria traducida en leyes.

11.- La concepción natural del estado como comunidad política ha sido sustituida por una visión burocrática de la potentia absoluta luterana y nominalista, o más concretamente como la entiende Nietzsche: pura voluntad de poder en sede administrativa.

12.- La burocracia es el statu quo del estado moderno global, y el derecho administrativo su arquitectura efímera.

13.- La globalización es una imitación revolucionaria de la catolización.

14.- Detrás de la utopía del estado global se agazapan, sobre todo, errores teológicos.

15.- Es por eso que la Iglesia, si se libera del personalismo, que inevitablemente congenia con la “sana” globalización laica, puede arrojar mucha luz. Pero antes debe recuperar la virtud de la clasicidad, esto es: la de no apartarse ni un ápice de lo tradicional.

y 16.- Puede parecer que tras los muros de la ciudad global no hay salida, ni camino que tomar. Que no hay sendero a la realidad, ni opción alguna. Pero no es cierto. La Iglesia, columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3, 15) tiene remedios poderosos contra los titanes. Ánomos y Ánfilbolos se deshacen, como sombra gaseosa, frente a la realeza del Logos.

La Iglesia sigue siendo el Cuerpo de Cristo, sigue siendo societas perfecta, sigue siendo una puerta, la única puerta, en medio de un muro. 

Sólo hay que pedir ayuda y atravesar el umbral. Entonces se penetra en la Casa del Dios vivo, donde hay recursos. No ociosos, ni vanos, ni de otra época, sino eficaces, perennes y veraces. Sólo hay que recuperar el numen católico.


David Glez Alonso Gracián