He aquí la Epifanía del Señor; he aquí Su manifestación gloriosa en el espacio y en el tiempo, en la Historia. He aquí la Omnipotencia de Dios proyectada en la carne, en un Niño; he aquí a la humanidad redimida a través de la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. He aquí, pues, la humildad superlativa ante la cual se postran los Magos, los sabios de entre los hombres. Y he aquí que le frecen oro, porque se inclinan ante el Rey de Reyes; que le frecen incienso, porque se arrodillan ante Dios; que le ofrecen mirra, porque se postran ante Dios hecho hombre; ante Dios hecho carne que dará su Vida por todos nosotros. He aquí la Epifanía del Señor.
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Elizabeth Goodrick-Dillon |
Isaías 60,1-6 “¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti. Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora. Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos. Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor.”
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Del Santo Evangelio
según San Mateo 2,1-12:
Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle.” En oyéndolo, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén.
Convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo informando del lugar donde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: “En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta:” “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel.”
Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella. Después, enviándolos a Belén, les dijo: “Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle.”
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra. Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino.
A continuación, un fragmento bellísimo de las visiones que Ana Catalina de Emmerick (1774-1824), una de las grandes místicas católicas de los últimos siglos y beatificada por el papa Juan Pablo II el 3 de octubre de 2004, tuvo acerca de los Reyes Magos. El conjunto de sus visiones, del cual forma parte este fragmento, fue relatado por ella misma en sus últimos años de vida al escritor Clemente Brentano. Por supuesto, estas visiones no son verdad revelada, como sí lo son los Evangelios, sin embargo, el caso de Ana Catalina es francamente sobresaliente y desde esta bitácora mi esposa y yo recomendamos al navegante su lectura. A modo de ejemplo, recordemos uno de los descubrimientos arqueológicos más asombrosos del que se tiene noticia: el hallazgo en 1891, en la ciudad de Éfeso, de la casa en la que la Virgen María pasó sus últimos días en la tierra. Los autores fueron dos sacerdotes franceses armados únicamente de una brújula y el texto de las visiones que, al respecto, había tenido Emmerick más de 70 años atrás, sin haber estado nunca en Éfeso ni, más increíble aún, haber salido jamás de los límites de Westfalia. Pues bien, he aquí el maravilloso fragmento de sus visiones acerca de los Reyes magos:
“Hoy, a la hora del crepúsculo, he visto la caravana de los Reyes llegando a Belén, cerca de aquel edificio donde José y María se habían hecho inscribir y que había sido la casa solariega de la familia de David. (…) Al llegar la caravana cierto número de curiosos se agolpó en torno de los viajeros. La estrella había desaparecido de nuevo y esto inquietaba a los Reyes. Se acercaron algunos hombres dirigiéndoles preguntas. Ellos bajaron de sus cabalgaduras y desde la casa he visto que acudían empleados a su encuentro, llevando palmas en las manos y ofreciéndoles refrescos: era la costumbre de recibir a los extranjeros distinguidos. Yo pensaba para mí: «Son mucho más amables de lo que lo fueron con el pobre José; solo porque estos distribuían monedas de oro». Les dijeron que el Valle de los Pastores era apropiado para levantar las carpas, y ellos quedaron algún tiempo indecisos. No les he oído preguntar nada del Rey y Niño recién nacido. Aun sabiendo que Belén era el lugar designado por las profecías, ellos, recordando lo que Herodes les había encargado, temían llamar la atención con sus preguntas. Poco después vieron brillar en el cielo un meteoro, sobre Belén: era semejante a la luna cuando aparece. Montaron en sus cabalgaduras, y costeando un foso y unos muros en ruina dieron la vuelta a Belén por el mediodía y se dirigieron al oriente, en dirección a la Gruta del Pesebre, que abordaron por el costado de la llanura, donde los ángeles se habían aparecido a los pastores.
Se apearon al llegar cerca de la gruta de la tumba de Maraha, en el valle, detrás de la Gruta del Pesebre. Los criados desliaron muchos paquetes, levantaron una gran carpa e hicieron otros arreglos con la ayuda de algunos pastores que les señalaron los lugares más apropiados. Se encontraba ya en parte arreglado el campamento cuando los Reyes vieron la estrella aparecer brillante y muy clara sobre la colina del pesebre, dirigiendo hacia la gruta sus rayos en línea recta. La estrella estaba muy crecida y derramaba mucha luz; por eso la miraban con grande asombro. No se veía casa alguna por la densa oscuridad y la colina aparecía en forma de una muralla. De pronto vieron dentro de la luz la forma de un Niño resplandeciente y sintieron extraordinaria alegría. Todos procuraron manifestar su respeto y veneración. Los tres Reyes se dirigieron a la colina, hasta la puerta de la gruta. Mensor la abrió, y vio su interior lleno de luz celestial, y a la Virgen, en el fondo, sentada, teniendo al Niño tal como él y sus compañeros la habían contemplado en sus visiones. Volvió para contar a sus compañeros lo que había visto.
En esto José salió de la gruta acompañado de un pastor anciano y fue a su encuentro. Los tres Reyes le dijeron que habían venido para adorar al Rey de los Judíos recién nacido, cuya estrella habían observado, y querían ofrecerle sus presentes. José los recibió con mucho afecto. El pastor anciano los acompañó hasta donde estaban los demás y les ayudó en los preparativos, juntamente con otros pastores allí presentes.
(…) Mensor y los demás se quitaron las sandalias y José abrió la puerta de la gruta. Dos jóvenes del séquito de Mensor, que le precedían, tendieron una alfombra sobre el suelo de la gruta, retirándose después hacia atrás, siguiéndoles otros dos con la mesita donde estaban colocados los presentes. Cuando estuvo delante de la Santísima Virgen, el rey Mensor depositó estos presentes a sus pies, con todo respeto, poniendo una rodilla en tierra. Detrás de Mensor estaban los cuatro de su familia, que se inclinaban con toda humildad y respeto. Mientras tanto Sair y Teokeno aguardaban cerca de la entrada de la gruta. Se adelantaron llenos de alegría y de emoción, envueltos en la gran luz que llenaba la gruta, a pesar de no haber allí otra luz que el que es Luz del mundo. María se hallaba como recostada sobre la alfombra, apoyada sobre un brazo, a la izquierda del Niño Jesús, el cual estaba acostado dentro de la gamella, cubierta con un lienzo y colocada sobre una tarima en el sitio donde había nacido. Cuando entraron los Reyes la Virgen se puso el velo, tomó al Niño en sus brazos, cubriéndolo con un velo amplio. El rey Mensor se arrodilló y ofreciendo los dones pronunció tiernas palabras, cruzó las manos sobre el pecho, y con la cabeza descubierta e inclinada, rindió homenaje al Niño. Entre tanto María había descubierto un poco la parte superior del Niño, quien miraba con semblante amable desde el centro del velo que lo envolvía. María sostenía su cabecita con un brazo y lo rodeaba con el otro. El Niño tenía sus manitas juntas sobre el pecho y las tendía graciosamente a su alrededor. ¡Oh, qué felices se sentían aquellos hombres venidos del Oriente para adorar al Niño Rey!”
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A continuación, un fragmento bellísimo de las visiones que Ana Catalina de Emmerick (1774-1824), una de las grandes místicas católicas de los últimos siglos y beatificada por el papa Juan Pablo II el 3 de octubre de 2004, tuvo acerca de los Reyes Magos. El conjunto de sus visiones, del cual forma parte este fragmento, fue relatado por ella misma en sus últimos años de vida al escritor Clemente Brentano. Por supuesto, estas visiones no son verdad revelada, como sí lo son los Evangelios, sin embargo, el caso de Ana Catalina es francamente sobresaliente y desde esta bitácora mi esposa y yo recomendamos al navegante su lectura. A modo de ejemplo, recordemos uno de los descubrimientos arqueológicos más asombrosos del que se tiene noticia: el hallazgo en 1891, en la ciudad de Éfeso, de la casa en la que la Virgen María pasó sus últimos días en la tierra. Los autores fueron dos sacerdotes franceses armados únicamente de una brújula y el texto de las visiones que, al respecto, había tenido Emmerick más de 70 años atrás, sin haber estado nunca en Éfeso ni, más increíble aún, haber salido jamás de los límites de Westfalia. Pues bien, he aquí el maravilloso fragmento de sus visiones acerca de los Reyes magos:
“Hoy, a la hora del crepúsculo, he visto la caravana de los Reyes llegando a Belén, cerca de aquel edificio donde José y María se habían hecho inscribir y que había sido la casa solariega de la familia de David. (…) Al llegar la caravana cierto número de curiosos se agolpó en torno de los viajeros. La estrella había desaparecido de nuevo y esto inquietaba a los Reyes. Se acercaron algunos hombres dirigiéndoles preguntas. Ellos bajaron de sus cabalgaduras y desde la casa he visto que acudían empleados a su encuentro, llevando palmas en las manos y ofreciéndoles refrescos: era la costumbre de recibir a los extranjeros distinguidos. Yo pensaba para mí: «Son mucho más amables de lo que lo fueron con el pobre José; solo porque estos distribuían monedas de oro». Les dijeron que el Valle de los Pastores era apropiado para levantar las carpas, y ellos quedaron algún tiempo indecisos. No les he oído preguntar nada del Rey y Niño recién nacido. Aun sabiendo que Belén era el lugar designado por las profecías, ellos, recordando lo que Herodes les había encargado, temían llamar la atención con sus preguntas. Poco después vieron brillar en el cielo un meteoro, sobre Belén: era semejante a la luna cuando aparece. Montaron en sus cabalgaduras, y costeando un foso y unos muros en ruina dieron la vuelta a Belén por el mediodía y se dirigieron al oriente, en dirección a la Gruta del Pesebre, que abordaron por el costado de la llanura, donde los ángeles se habían aparecido a los pastores.
Se apearon al llegar cerca de la gruta de la tumba de Maraha, en el valle, detrás de la Gruta del Pesebre. Los criados desliaron muchos paquetes, levantaron una gran carpa e hicieron otros arreglos con la ayuda de algunos pastores que les señalaron los lugares más apropiados. Se encontraba ya en parte arreglado el campamento cuando los Reyes vieron la estrella aparecer brillante y muy clara sobre la colina del pesebre, dirigiendo hacia la gruta sus rayos en línea recta. La estrella estaba muy crecida y derramaba mucha luz; por eso la miraban con grande asombro. No se veía casa alguna por la densa oscuridad y la colina aparecía en forma de una muralla. De pronto vieron dentro de la luz la forma de un Niño resplandeciente y sintieron extraordinaria alegría. Todos procuraron manifestar su respeto y veneración. Los tres Reyes se dirigieron a la colina, hasta la puerta de la gruta. Mensor la abrió, y vio su interior lleno de luz celestial, y a la Virgen, en el fondo, sentada, teniendo al Niño tal como él y sus compañeros la habían contemplado en sus visiones. Volvió para contar a sus compañeros lo que había visto.
En esto José salió de la gruta acompañado de un pastor anciano y fue a su encuentro. Los tres Reyes le dijeron que habían venido para adorar al Rey de los Judíos recién nacido, cuya estrella habían observado, y querían ofrecerle sus presentes. José los recibió con mucho afecto. El pastor anciano los acompañó hasta donde estaban los demás y les ayudó en los preparativos, juntamente con otros pastores allí presentes.
(…) Mensor y los demás se quitaron las sandalias y José abrió la puerta de la gruta. Dos jóvenes del séquito de Mensor, que le precedían, tendieron una alfombra sobre el suelo de la gruta, retirándose después hacia atrás, siguiéndoles otros dos con la mesita donde estaban colocados los presentes. Cuando estuvo delante de la Santísima Virgen, el rey Mensor depositó estos presentes a sus pies, con todo respeto, poniendo una rodilla en tierra. Detrás de Mensor estaban los cuatro de su familia, que se inclinaban con toda humildad y respeto. Mientras tanto Sair y Teokeno aguardaban cerca de la entrada de la gruta. Se adelantaron llenos de alegría y de emoción, envueltos en la gran luz que llenaba la gruta, a pesar de no haber allí otra luz que el que es Luz del mundo. María se hallaba como recostada sobre la alfombra, apoyada sobre un brazo, a la izquierda del Niño Jesús, el cual estaba acostado dentro de la gamella, cubierta con un lienzo y colocada sobre una tarima en el sitio donde había nacido. Cuando entraron los Reyes la Virgen se puso el velo, tomó al Niño en sus brazos, cubriéndolo con un velo amplio. El rey Mensor se arrodilló y ofreciendo los dones pronunció tiernas palabras, cruzó las manos sobre el pecho, y con la cabeza descubierta e inclinada, rindió homenaje al Niño. Entre tanto María había descubierto un poco la parte superior del Niño, quien miraba con semblante amable desde el centro del velo que lo envolvía. María sostenía su cabecita con un brazo y lo rodeaba con el otro. El Niño tenía sus manitas juntas sobre el pecho y las tendía graciosamente a su alrededor. ¡Oh, qué felices se sentían aquellos hombres venidos del Oriente para adorar al Niño Rey!”
Y además, y como colofón a los posts navideños,
he aquí un fragmento de un hermoso poema de G.K. Chesterton:
he aquí un fragmento de un hermoso poema de G.K. Chesterton:
Vamos humildemente, humildes son los cielos,
y brilla intensamente la estrella, baja, enorme,
y descansa el pesebre tan cerca de nosotros
que habremos de viajar lejos para encontrarlo.
¡Escuchad! Se despierta como un león la risa,
resuena su rugido en la llanura
y el cielo entero grita y se estremece
porque Dios en persona ha nacido de nuevo,
y nosotros tan sólo somos niños pequeños
que bajo lluvia y nieve prosiguen su camino.
Mari y Jordi
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