No hay, no ha habido y no habrá fuerza más grande que el amor. El amor, amor encarnado en el ser al que amas, pacto eterno entre dos almas, Alfa y Omega de dos hebras que se trenzan en una porque el Uno las ha sellado con su presencia. Y dos fueron uno y el Uno sonrió, pues su sello fue impreso en la carne.
La Luz prístina que recorre las estancias de la creación, abriendo cámaras y creando mundos; miríadas de chispas que se expanden sobre el fondo de la consciencia. Nada hay fuera de la consciencia y la consciencia es amor. Y el amor celebra su éxtasis sobre las crestas del tiempo. Sobre la finitud, deviene la inmortalidad en el amor.
Amor también al amor, impulso creador que no conoce la debilidad. ¡Valor, Lealtad, Fuerza, Dulzura y Honor! ¡Honor! ¡Amor!, causa a la que entregar la vida y causa por la que vivir. Quien fuere ajeno a estos principios, que son Uno, ha fallado a su destino, si es que fallar al hado se puede, y se puede. Y reviste su negrura bajo el barniz del sarcasmo y a malicia, especie de vida adulterada y envenenada. Lengua de serpiente.
Al final, sin embargo, como en todas las cosas bien hechas y que merecen la pena, se impone la Luz y la Esperanza, sí, triunfa el amor, y la bondad, y la verdad, y el honor. El amor. Nada hay fuera del amor y lo que hay, o regresa a él o desaparece en los abismos exteriores, en la sombra del olvido. Sólo el amor basta, alegría y sentido eternos. Un fuego en las almenaras del alma.