Uno de los aspectos más fascinantes en la Obra de Tolkien es la extraña naturaleza inmortal de los elfos en contraposición con la fugacidad de la vida de los hombres. más, si se tiene en cuenta que ambos linajes son creación directa de Ilúvatar, el Dios único al que los mismos Valar deben obediencia. A primera vista esa arbitrariedad divina ofende al lector y enfurece a las tribus humanas que despliegan su drama en la Tierra Media.
Así, leemos en el Silmarillion, Pág. 45:
"…En verdad los Ainur tuvieron trato sobre todo con los Elfos, porque Ilúvatar los hizo más semejantes en naturaleza a los Ainur, aunque menores en fuerza y estatura; mientras que a los Hombres les dio extraños dones.
Pues se dice que después de la partida de los Valar, hubo silencio y durante toda una edad Ilúvatar estuvo sólo, pensando. Luego habló y dijo:
-¡He aquí que amo la Tierra, que será la mansión de los Quendi y los Atani! Pero los Quendi serán los más hermosos de todas las criaturas terrenas, y tendrán y concebirán más belleza que todos mis Hijos; y de ellos será la mayor bienaventuranza en este mundo. Pero a los Atani les daré un nuevo don.
Por tanto quiso que los corazones de los Hombres buscaran siempre más allá y no encontraran reposo en el Mundo, en cambio, poseerían el poder de modelar sus propias vidas, entre las fuerzas y los azares del mundo, más allá de la Música de los Ainur, que es como el destino para toda otra criatura; y por obra de los Hombres todo habrá de completarse, en forma y acto, hasta en lo último y más pequeño.
Uno y el mismo es este don de la libertad concedido a los Hijos de los Hombres: que sólo estén vivos en el mundo un breve lapso, y que no están atados a él, y que partan pronto; a dónde, los Elfos no lo saben, mientras que los Elfos permanecerán en el Mundo hasta el fin de los días, es por eso que su amor por la Tierra es más singular y profundo, y más desconsolado a medida que los años se alargan. Porque los Elfos no mueren hasta que no muere el Mundo, a no ser que los maten o los consuma la pena (y a estas dos muertes aparentes están sometidos); tampoco la edad les quita fuerzas, a no ser que uno se canse de diez mil centurias; y al morir se reúnen en las estancias de Mandos, en Valinor, de donde pueden retornar llegado el momento. Pero los hijos de los Hombres mueren en verdad, y abandonan el Mundo; por lo que se los llama los Huéspedes o los Forasteros. La Muerte es su destino, el don de Ilúvatar, don que hasta los mismos Poderes envidiarán con el paso del Tiempo. Sin embargo, Melkor ha arrojado su sombra sobre ella, y la ha confundido con las tinieblas, y ha hecho brotar el mal del bien, y el miedo de la esperanza"
Destaco la sentencia: "Y ha hecho brotar el mal del bien, y el miedo de la esperanza"
De sobras son conocidas las creencias del autor, tanto que es absurdo abundar en ellas. Siendo así, resulta paradójica la alteración del papel de la muerte en el destino de los Hombres: de castigo pasa a ser un don y el don es tomado como castigo cuando aparece la Sombra y siembra la desconfianza en el corazón de los Hombres.
Es conmovedor leer cómo los elfos, inmortales por naturaleza, envidian el hado otorgado a los segundos nacidos. Y cómo estos inician su historia sobre la Tierra Media al actualizar en su espíritu ese resentimiento fundamental; esa pulsión que guiará el drama y la gloria de sus gestas.
Termino con la declaración de Arwen a Aragorn, bella y profunda hasta decir basta:
"Prefiero vivir una vida mortal a tu lado, que enfrentarme a todas las Edades de este mundo sola"