domingo, 28 de octubre de 2018

“Sínodo de la juventud" o la "Gravedad de los errores modernistas"

Ayer mismo se conoció el documento final de la XV Sesión General del Sínodo de Obispos, más conocido como “sínodo de la juventud” (ver aquí). Pues bien, tal y como lo describe uno de los obispos participantes en declaraciones a la agencia AFP: “Uno tiene todo lo que necesita para el baño y la cocina en todos los estilos, así que todo el mundo puede identificarse con él”. Muy preocupante. Ninguna referencia a la Santísima Virgen María, Madre de Nuestro Señor Jesucristo, ninguna referencia a la esencia sobrenatural de nuestra Fe, ninguna a la centralidad de Jesucristo y de los Evangelios, eso sí, el sínodo terminó con una fiestuqui discotequera (ver aquí). Vamos, todo muy setentero y guay (del paraguay). Todos los esfuerzos realizados por Juan Pablo II y Benedicto XVI por atenuar el modernismo desatado en el CVII, a tomar viento. Porque tal parece que la consigna, ahora, es la “sinodalidad”, es decir, una suerte de descentralización del poder temporal de la Iglesia en favor de las distintas conferencias episcopales nacionales, las cuales podrán ejercer su pastoral como mejor estimen conveniente, o en román paladín: podrán poner en práctica su visión particular de lo que dicen los Evangelios y el Magisterio secular de la Iglesia, y si no coincide, pues peor para los Evangelios y para el Magisterio. Todo muy protestante, por supuestísimo, y en bandeja de plata “el libre examen”, al tiempo. Y no, por ahí no. A Dios gracias, la Iglesia se funda en Jesucristo; se funda en la realidad inmutable, atemporal, del mensaje del Hijo de Dios expresado a través de los Evangelios. A Dios gracias, la Fe de los católicos, la nuestra, está por encima de las veleidades de una Jerarquía y de un Papa que se han vendido a los dictados políticamente correctos de un mundo en franca decadencia. No, santo Padre, no, la Iglesia no debe iluminarse con las luces discotequeras del mundo sino que debe iluminar al mundo con el mensaje salvífico de Nuestro Señor Jesucristo. Y no, Su Santidad, no, el Gran Acusador, a quien usted cita en la presentación del texto final de este sínodo, no está de lado de quien tiene los arrestos para denunciar, desde la misma curia, los crímenes y encubrimientos contra los menores, más bien milita junto a quienes propician, con sus zigzagueos y ambigüedades, que tal estado de cosas siga borroso, y acaso impune.

Así pues, he aquí un extracto de la Carta encíclica Pascendi, escrita por San Pío X en el año del Señor de 1907. Estas letras apostólicas versan sobre las doctrinas de los modernistas y constituyen una clara y vigorosa denuncia hacia las mismas (texto íntegro, aquí). Y a mi esposa y a mi nos parece oportunísimo hacerse eco de ellas. Helas aquí:

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Imagen tomada del blog Wanderer
Gravedad de los errores modernistas

Pero es preciso reconocer que en estos últimos tiempos ha crecido, en modo extraño, el número de los enemigos de la cruz de Cristo, los cuales, con artes enteramente nuevas y llenas de perfidia, se esfuerzan por aniquilar las energías vitales de la Iglesia, y hasta por destruir totalmente, si les fuera posible, el reino de Jesucristo. Guardar silencio no es ya decoroso, si no queremos aparecer infieles al más sacrosanto de nuestros deberes, y si la bondad de que hasta aquí hemos hecho uso, con esperanza de enmienda, no ha de ser censurada ya como un olvido de nuestro ministerio. Lo que sobre todo exige de Nos que rompamos sin dilación el silencio es que hoy no es menester ya ir a buscar los fabricantes de errores entre los enemigos declarados: se ocultan, y ello es objeto de grandísimo dolor y angustia, en el seno y gremio mismo de la Iglesia, siendo enemigos tanto más perjudiciales cuanto lo son menos declarados.

Hablamos, venerables hermanos, de un gran número de católicos seglares y, lo que es aún más deplorable, hasta de sacerdotes, los cuales, so pretexto de amor a la Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos serios en filosofía y teología, e impregnados, por lo contrario, hasta la médula de los huesos, con venenosos errores bebidos en los escritos de los adversarios del catolicismo, se presentan, con desprecio de toda modestia, como restauradores de la Iglesia, y en apretada falange asaltan con audacia todo cuanto hay de más sagrado en la obra de Jesucristo, sin respetar ni aun la propia persona del divino Redentor, que con sacrílega temeridad rebajan a la categoría de puro y simple hombre.

Tales hombres (...),  ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro: en nuestros días, el peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño producido por tales enemigos es tanto más inevitable cuanto más a fondo conocen a la Iglesia. Añádase que han aplicado la segur no a las ramas, ni tampoco a débiles renuevos, sino a la raíz misma; esto es, a la fe y a sus fibras más profundas. Mas una vez herida esa raíz de vida inmortal, se empeñan en que circule el virus por todo el árbol, y en tales proporciones que no hay parte alguna de la fe católica donde no pongan su mano, ninguna que no se esfuercen por corromper. (...) Basta, pues, de silencio; prolongarlo sería un crimen. Tiempo es de arrancar la máscara a esos hombres y de mostrarlos a la Iglesia entera tales cuales son en realidad.